El judaísmo ha desaprobado tradicionalmente a la cremación (que fue uno de los medios tradicionales para disponer de los muertos en la Edad del Bronce vecina a las culturas semíticas paganas). De la misma forma también ha desaprobado la conservación del muerto por medio del embalsamarlo y la momificación —una práctica de los egipcios antiguos—. Durante el siglo XIX y principios del XX, como los cementerios judíos, en muchas ciudades europeas habían llegado a su límite poblacional, la cremación fue aceptada como un medio de entierro entre los judíos liberales. Los movimientos liberales actuales, como La Reforma al Judaísmo, siguen apoyando a la cremación, aunque la inhumación (entierro) permanece como la opción preferida.
Los judíos ortodoxos han mantenido una estricta línea respecto de la cremación. La desaprueban tal y como se prohíbe en el Halakha (la ley judía). Este referente halakhi refuerza la resurrección de la persona como una creencia central del judaismo "convencional", en comparación con otras tendencias antiguas tales como el Saduceo, que lo niega. También la memoria del Holocausto, donde millones de judíos fueron asesinados por los nazis y sus cuerpos fueron dispuestos quemándolos en hornos crematorios o en fosas ardientes, le ha dado a la cremación connotaciones muy negativas para el Judaísmo Ortodoxo de los grupos conservadores.