LA FIGURA PEDAGÓGICA DEL PADRE PONS
Por Manuel R. Pazos, O.F.M.
Las primeras escuelas de Marruecos fueron las misionales. Ya las tuvieron los franciscanos en el periodo anterior a 1859; cuando, tras la llamada “Guerra de África”, España ocupó Tetuán durante dos años. Después, no hubo Casa-misión sin su escuela. Con la capilla, fue la escuela el primer afán. Entonces, en aquellos años de la segunda mitad del siglo XIX, la población europea en Marruecos no era grande. Fuera de Tánger y quizá de Tetuán, los europeos se contaban con los dedos de las manos. Un puñado de españoles, algunos franceses, ingleses, italianos, austriacos, portugueses. Bastantes hebreos y los marroquíes. En las escuelas de la Misión se admitía de todo. Acuciado por el deseo de aprender, cuando no obligado por la necesidad, el mosaico de razas se unificaba y se uniformaba en los bancos escolares bajo el signo de España, con libros españoles, maestros españoles, mapas españoles, y hasta tinta y papel españoles…Y la lengua, el idioma de España, resonando en los cantos de todos y en los rezos de los cristianos.
En aquel lejano Marruecos anterior al establecimiento del Protectorado, había embajadas y consulados de muchas naciones; tenían las naciones sus colonias más o menos crecidas; pero nadie se interesó por la enseñanza; y mientras los mayores vivían su plácida y relajada vida marroquí, los pequeños, los niños, crecían en la indigencia intelectual. Fueron los franciscanos quienes acometieron la tarea de crear escuelas y formar a quienes estaban en edad de adquirir conocimientos.
En la historia de estas escuelas misionales hay periodos buenos y periodos malos, tiempos de anchura y tiempos de estrechez. Pocas veces o nunca lamentaron estos misioneros de Marruecos la pobreza impuesta por su Regla. La lamentaron, sí, cuando se trataba de levantar escuelas, comprar locales y adquirir material. Porque se ha de saber que, en aquel entonces, el Estado Español no prestó la ayuda debida a esta empresa cultural, y que la Misión tuvo que arreglárselas con sus exiguos medios y con el recurso a la beneficencia de las almas buenas. Un dato que lo dice todo a este respecto: Allá, en el 1909, el Gobierno Español comenzó a pagar espléndidamente a dos maestros que enseñaban en la escuela de la Alianza Israelita, de Tetuán; por el mismo tiempo, el Padre Presidente de la Misión de la misma ciudad escribía a su Superior que había suprimido la carne en sus comidas e introducido otras economías domésticas, para poder sostener sus escuelas católicas. Porque, además, eran escuelas gratuitas.
No se crea que en Tetuán no existían otras escuelas que las misionales. Sin contar las puramente musulmanas, en las que sólo se enseñaba a recitar una parte del Corán, y que eran treinta, había, además, cuatro hebreas y una hispano-árabe. Ésta sostenida íntegramente por España, dos de las hebreas, a saber, las de la Alianza Israelita, ayudadas también por España, que pagaba al profesor de lengua española veinticinco duros mensuales, de aquella época. Sólo las de la Misión carecían de firme y constante apoyo oficial. Sin embargo, en ellas se enseñaban todas las disciplinas de la enseñanza primaria y en la de niñas, además, se las enseñaba a coser, bordar, y toda clase de primores.
Los frutos de aquellas primeras escuelas misionales no tardaron en advertirse. El personal de los consulados, de los establecimientos bancarios, de las casas comerciales, de la Sanidad y de las Aduanas, los corredores de comercio y comerciantes asentados, estuvieron por muchos años, en Marruecos, nutridos y muy bien representados por los ex-alumnos de estas escuelas misionales que hizo de ellos hombres cuando llevaban camino de no ser nada, Mucho antes de que en noviembre de 1912 se firmara entre Francia y España el acuerdo de Protectorado, se había formado en aquellos centros pioneros una pléyade de alumnos que llegaron a destacar más tarde en diversas actividades, como el general Luque, que llegó a ser ministro de la Guerra, o el catedrático de Universidad don Antonio Almagro o los doctores Francisco Vidal o don Carlos Marcos, que fueron los primeros bachilleres que formó la Misión de Marruecos.
Tras el Tratado de Wad-Ras, que puso término a aquella guerra que comenzó en noviembre de 1859 y terminó en febrero de 1860, se estableció en Tetuán la primera escuelita de esta segunda etapa de la presencia franciscana en Marruecos, pues ha quedado dicho que con anterioridad ya se habían ocupado de la docencia. Así que, junto con otras instituciones, novedosas para Marruecos, que trajeron las tropas españolas, las escuelas fueron establecidas otra vez. En 1890, treinta años después, se trasladaba aquella primera escuela a un nuevo local adquirido con el dinero de la “Asociación de señoras españolas”, fundada en 1887 por el famoso padre Lerchundi para estos fines expresos. En 1894, entre la escuela masculina y la femenina completaban un total de cuarenta escolares. Pocos parecen, pero téngase presente que aquel Tetuán no era ni sombra de lo que fue después, y que la colonia europea y cristiana era aún muy reducida. Hasta el año 1913, en que el general Alfau ocupa Tetuán (mes de febrero) y principia el Protectorado, el total de niños que pasaron por la escuela misional de la que desde aquel año sería designada capital del Protectorado español fue 456 niños y 517 niñas. Hay que decir que existía una escuela nocturna para adultos que funcionaba desde 1904.
Don Ricardo Ruiz Orsatti, uno de los grandes próceres de Tánger y aun de todo Marruecos, escritor y hombre público, se sentó en los bancos de la escuela misional por los años que vamos historiando. En los años de esa segunda mitad del siglo XIX recuerda que “en el convento han encontrado en todo tiempo las familias españolas un centro de instrucción y educación para sus hijos. Los españoles nacidos en Tetuán, comerciantes, industriales, modestos menestrales, en su gran mayoría, conocen la lengua de la patria amada gracias a la escuela conventual. En ella se han educado e instruido los Gallofre, los Mendoza, los Llobell, los Ortiz, los González, los Barceló, los Díaz, los Álvarez, los Martí, los Rodríguez, españoles todos de la vanguardia, muchos de ellos desaparecidos, otros, por último, que en Tetuán continúan formando dignamente la base de nuestra colonia, hoy próspera y floreciente”.
Pocos años después de estas fechas a que nos venimos refiriendo, en febrero de 1906, llega a Marruecos, a Tánger concretamente, el padre Salvador Pons Tur, con 26 años de edad. Había nacido en Piles, pueblecito de Valencia, en 1880. Fue ordenado sacerdote en 1905. A sus veintiséis años, su primer campo pedagógico fueron las escuelas parroquiales del Sagrado Corazón de Jesús de Tánger. Cuando en 1913, tras el establecimiento del Protectorado, el Gobierno español entregó a la Misión Católica los pabellones escolares de Casa Riera de la ciudad internacional. pasó a desempeñar una de las clases de dicho centro. Allí permaneció hasta que fue nombrado Presidente y Cuasipárroco de la Iglesia de San José de Larache. Regresa a Tánger poco más tarde, para ocupar de nuevo un puesto en las Escuelas de la Misión. En 1926, veinte años después de su llegada a Marruecos, fue puesto al frente de las Escuelas de la Misión Católica de Tetuán, en virtud de sus dotes pedagógicas. Y es aquí donde desarrolla una labor que le convirtió en uno de los grandes pedagogos de la primera mitad del siglo pasado. Naturalmente, alternaba su labor docente con la dedicación propia de su condición sacerdotal: su apostolado a los barrios extremos. Enseguida observó la necesidad de establecer una iglesia y una escuela en la barriada de Málaga, ocupada en aquel entonces por modestísimas familias españolas, muchas de las cuales vivían en miserables barracas. Tras enormes trabajos, logró inaugurar una modesta iglesia en el año 1938, de la cual fue nombrado párroco. Más tarde, esta capillita se transformó en el templo que se dedicó a San Antonio, en 1945.
Su pasión por la docencia, por procurar una formación a los niños de las clases más modestas, le llevó a desarrollar unas técnicas pedagógicas innovadoras para la época. En tiempos en que la enseñanza primaria no era obligatoria, puso todo su empeño para que los menores que a veces tenían que ayudar al sostén de sus familias trabajando como aprendices en talleres o fábricas, tuvieran al menos la formación primaria suficiente para no ser considerados analfabetos. Este empeño por la enseñanza, por dotar de los conocimientos más elementales no sólo a los menos favorecidos, sino a generaciones de jóvenes que adquirieron bajo su férula el gusto por el estudio y el afán de superación, no fue ajeno a las autoridades de su pueblo natal. Piles, el pueblecito valenciano situado a pocos kilómetros de las ciudades de Oliva y Gandía, le ofreció poco tiempo antes de su muerte un homenaje, erigiéndole un busto en la plaza principal del pueblo que desde aquel momento llevaba su nombre. Pero hay que decir que su trabajo de tantos años en favor de la enseñanza le había hecho merecedor, con anterioridad, al reconocimiento de las autoridades en Marruecos. No sólo era poseedor de la medalla de África y de la Orden del Mérito Civil, sino que, ya en 1937, cuando se aprobó la creación de un grupo escolar en la barriada de Sidi Talha, se decidió que llevara su nombre. Este grupo (el Grupo Escolar Padre Pons) se instaló en un edificio propiedad de Sid Abdelkader ben Mohamed Buchta, siendo inaugurado con cuatro aulas el 1º de octubre de 1943, bajo la dirección de don Juan Bisch Medina. Más tarde, el grupo se trasladó al local que ocupó la Misión Católica en dicha barriada, antes de ser inaugurado el nuevo templo, traslado que se llevó a cabo el 1º de octubre de 1953.
El padre Pons falleció el 3 de diciembre de 1956 en Tetuán, donde está enterrado. A su sepelio acudió todo el barrio de Málaga, miles de tetuaníes y entre ellos, los representantes de diversas organizaciones religiosas. La presidencia oficial la ostentaban el obispo de Fussala, Monseñor Aldegunde, y el cónsul de España, marqués de Patiño, además de otras personalidades civiles y militares. Sidi el Hach Mohammed Benyelun, jefe de Secretaría del Embajador de Marruecos en España, asistió en representación de Sidi Abdeljalak Torres. A continuación, marchaba otra presidencia que iba encabezada por el Rvdo. Padre Gregorio de Miguel, párroco de la iglesia de San Antonio, y en la que figuraban los párrocos de las iglesias de las Misiones Católicas de Castillejos, Rincón, Tánger y otras ciudades del norte de Marruecos.
Meses antes de su fallecimiento, el Alto Comisario, el teniente general García-Valiño, le había impuesto la Encomienda de Alfonso X El Sabio que le concediera el Gobierno español. Se trataba de un reconocimiento a cincuenta años de vida misionera y labor de enseñante. En el homenaje que con esa ocasión se le tributó en el Teatro Cine Monumental de Tetuán, con la presencia del Alto Comisario y del Obispo de Fussala, se evidenció la gratitud que sentían miles de marroquíes y de españoles que se habían beneficiado de su labor docente. Se pretendió conceder al acto toda la brillantez posible y para ello se recurrió a quienes se consideraba representaban lo más granado intelectualmente en el Tetuán de la época. Fue pregonero don Enrique Arques. Como mantenedor actuó don José de las Cuevas. El periodista don Manuel García Sañudo le dedicó un excelente poema y el profesor marroquí señor Kuera, erudito en cuestiones islámicas, leyó un precioso trabajo titulado “Los prelados y monjes en el Corán”. Todo lo que, en lenguaje periodístico, podía considerarse como “fuerzas vivas” de la ciudad quiso estar presente en el homenaje a un hombre sencillo y despojado de toda vanidad que vivió su entrega a la enseñanza sin ser consciente de la magnitud de su obra.
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