Los que se convirtieron, entre 1391 y 1499, se fundieron paulatinamente con la población española, llegando a ocupar, como se ha dicho, altos puestos políticos y eclesiásticos. La expulsión no hizo desaparecer de España el grupo étnico judío. El antisemitismo hispánico nunca se presentó como segregacionismo racial, aunque sí lo hizo en el aspecto social y en el religioso. Por eso, una vez que se rompieron estas barreras y que los judíos aceptaron, de grado o por la fuerza, integrarse plenamente en la comunidad política y religiosa, no se tuvieron en cuenta sus peculiaridades raciales. Sus familias entroncaron con las de más rancio abolengo e incluso con la alta nobleza; sus apellidos típicos, conservados hoy día, nada dicen sobre su origen a quienes los escuchan y es posible que ni siquiera quienes los llevan hayan sospechado nunca que descienden de linajes judíos.