MAROC PAYS QUI M'A VU NAITRE PAR SOLY ANIDJAR
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MAROC PAYS QUI M'A VU NAITRE PAR SOLY ANIDJAR

HISTOIRE DES JUIFS DU MAROC-CASABLANCA-RABAT-MAZAGAN-MOGADOR-AGADIR-FES-MEKNES-MARRAKECH-LARACHE-ALCAZARQUIVIR-KENITRA-TETOUAN-TANGER-ARCILA-IFRANE-OUARZAZAT-BENI MELLAL-OUEZANE
 
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 LA EXPULSION DE LOS JUDIOS DE ESPANA EN 1942

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Soly Anidjar
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MessageSujet: LA EXPULSION DE LOS JUDIOS DE ESPANA EN 1942   LA EXPULSION DE LOS JUDIOS DE ESPANA EN 1942 Icon_minitimeJeu 22 Sep 2011 - 7:44



La expulsión de los judíos

El año 1492 no marcó solo el final de la Reconquista y el Descubrimiento, hitos históricos relacionados, sino el de la expulsión de los judíos. La historia de los judíos en Europa, y desde luego en España, alternó entre la tolerancia (en el sentido estricto de ser tolerados, no queridos), la persecución y la expulsión. Francia, Inglaterra y Austria los habían expulsado en distintos momentos. En España los progroms habían sido recurrentes, como en el resto del continente, en especial el muy sangriento de 1391. Por lo común, los judíos habían sido protegidos por los reyes y los nobles y, de modo ambivalente, por el Papado; y odiados por el pueblo llano (con las excepciones de rigor). Ya hemos aludido a las razones de esa aversión, básicamente su consideración de “pueblo deicida”, su carácter inasimilable, pues en toda Europa, como en Al Ándalus, siempre fueron vistos como un cuerpo social extraño, y peligroso por el efecto corrosivo atribuido a su religión; en España la antipatía se extendía a la memoria de su colaboración con la invasión islámica. Precisados a protegerse entre sí en un ambiente por lo general hostil, los judíos desarrollaron formas de solidaridad que a los ojos de los gentiles les asemejaban a una sociedad opaca, dedicada a secretas intrigas para socavar y destruir el cristianismo, acusación ya presente entre los visigodos. No menos inquina causaba la dedicación de la élite judaica a negocios como la recogida de impuestos y la usura, o la ostentación, por algunos, de su riqueza. Aunque los judíos ricos eran pocos, se creaba el estereotipo del “judío” enriquecido explotando las necesidades de los cristianos y dueño de un poder ganado por vías oscuras, más ultrajante por venir de una minoría ajena al país y su cultura. Pero esa capacidad para hacer y recaudar dinero era precisamente la razón de su protección por los reyes y los grandes… así como los impuestos a las aljamas o juderías, mayores que los que gravaban a los cristianos.
Se han dado diversas explicaciones de la habilidad comercial y financiera de los judíos –en realidad solo de la capa superior de ellos–, pero una causa parece probable: la hostilidad y persecuciones sufridas les impulsaba a buscar bienes por así decir intangibles o fáciles de transportar si era preciso huir, creándose así un círculo vicioso: sus actividades generaban odio, pero eran al mismo tiempo su salvaguardia en caso de necesidad. La misma causa, posiblemente, tenía el interés de muchos de ellos por conseguir una preparación profesional que les permitiera valerse en cualesquiera circunstancias. Ese interés por la instrucción formó una élite culta, profesionalmente experta y de notable capacidad intelectual, que intervino destacadamente en la Escuela de Traductores de Toledo y otras empresas culturales cristianas como las de Alfonso X el Sabio; y una cultura propia, en hebreo, árabe o idiomas españoles, de los que Maimónides es el ejemplo más elevado.
Maimónides, precisamente, había inaugurado, hacia las Escrituras, una tendencia racionalista que muchos otros judíos rechazaban como una herejía. En dirección contraria se desarrolló la Cabalá (Tradición), predominante en la Península ibérica, donde, en Castilla, en la segunda mitad del siglo XIII, se escribió el Sefer ha-Zohar (Libro del esplendor), obra central de la corriente cabalística. La Cabalá trataba de aclarar el significado profundo de la Biblia por métodos como el valor numérico de las letras, descomposición de las palabras en sus letras para formar con ellas nuevas palabras, o la obtención de significados alterando el orden de las letras de las palabras.
Debido a la presión ambiente, violenta y no violenta, las juderías o aljamas sufrían una constante corrosión, y los bautismos fueron una corriente más o menos continua, aunque siempre lejos de ser definitiva. Que el pueblo hebreo no se desintegrase pese a vivir siglo tras siglo bajo tal inseguridad y acoso, es sin duda uno de los hechos más sorprendentes de la historia. Sin duda la noción de ser el pueblo elegido por Dios le daba una capacidad de resistencia excepcional, máxime al carecer de territorio propio y hallarse siempre, por tanto, en inferioridad. A ello se unía la esperanza, nunca perdida, de un mesías y la vuelta a Jerusalén; esperanza exacerbada a mediados del siglo XIV por las profecías, basadas en cálculos matemáticos, de Abraham bar Hiyá, dos siglos anterior (su Tratado de geometría fue por siglos texto en las escuelas cristianas). La religión se mantenía por medio del estudio, repetición y comentario de la Torá o Pentateuco. Los comentarios habían dado lugar a la Misná o Mishná, base a su vez del Talmud, compilación de historias, consideraciones y preceptos sobre el trabajo, el derecho civil y comercial, el matrimonio, la purificación, etc. La vida política y social se identificaba con la religión de modo absorbente, y la repetición y comentario de los textos sagrados, generación tras generación, daba a las comunidades el fuerte sentido de pertenencia que les permitía mantenerse, pese a no estar en condiciones de defenderse o atacar por las armas, como habían hecho hasta sus repetidas expulsiones de Israel por los romanos. Para los cristianos, el Talmud era otro motivo de sospecha, puesto que ya no se trataba de la Biblia común a las dos religiones.
Esta unidad no impedía diferencias en la interpretación religiosa que desgarraban a veces las comunidades y que, en condiciones de libertad, habrían podido generar a conflictos violentos como había ocurrido en tiempos de Roma, atenuados luego por la falta de poder político y militar. Las disputas guardaban notable paralelo con las cristianas desde la introducción de Aristóteles, y giraban en torno al racionalismo de Maimónides, el problema del bien y el mal, etc. Algunas tendencias consideraban el mal como un principio activo y poderoso (el tomismo lo entendía, de modo más pasivo, como ausencia de bien) y se orientaban al gnosticismo. También brotaron en las aljamas ideas similares a las de los franciscanos, con exigencia de pobreza total, esperanza de un mesías próximo y feroces diatribas contra los judíos acaudalados.
En el siglo XIII las juderías de España vivieron una época de considerable esplendor, también intelectual. Las de Cataluña eran las más importantes de España, también las de Aragón, y la de la ciudad de Valencia, con 250 familias quizá se convirtió en la mayor de la península. Se les concedían privilegios (relativos) para atraerlos como fuente de ingresos para los reyes y oligarquías. A principios del siglo XIV, el antisemitismo en Alemania y Francia, así como en Mallorca y zonas pirenaicas, provocó la emigración de bastantes de ellos a Aragón y sobre todo a Castilla. Pero pronto iba a recrudecerse a su vez el antisemitismo en la península, empezando por Navarra, muy influida por Francia. A mediados de siglo, con motivo de la Peste Negra circularon las habituales calumnias sobre el envenenamiento de pozos, que dieron lugar a matanzas en Cataluña y Aragón, pese a que las aljamas sufrían la peste no menos que las ciudades cristianas, quizá más, por tratarse de barrios estrechos. La hostilidad persistió hasta que, a finales de siglo, en 1391, estalló en grandes matanzas extendidas desde Andalucía por Castilla, Valencia y Cataluña, provocando también numerosos bautizos forzados.
La política oficial osciló entre intentos de conversión mediante la predicación, y el uso de la fuerza, es decir, restricciones legales. Muestra de lo último, las leyes de Ayllón, en 1412, imponían en Castilla una rigurosa separación de los judíos en barrios cerrados, vestimenta etc., y se les prohibían todos los oficios provechosos o prestigiosos. En Aragón, la Inquisición presionaba en pro de medidas resolutivas, por las buenas o las malas. Un converso, Jerónimo de Santa Fe, presentó al papa Benedicto XIII una interpretación de los textos bíblicos que justificaban a Jesús como el Mesías verdadero. Benedicto ordenó a los rabinos de la corona de Aragón se presentasen en Tortosa, a partir de enero de 1413, para instruirse, preguntar y objetar al respecto. Los rabinos señalaron que aun si el mesías había venido, lo que importa es el cumplimiento de la ley sagrada, es decir, del Talmud. El argumento se refinó arguyendo que el mesías debía restaurar Jerusalén, es decir, obrar como un líder político, pero las almas no precisaban de él para salvarse, pues bastaba para ello el cumplimiento de la Ley , aunque el mesías no llegase hasta el final de los tiempos.
Como entre los judíos comunes y los rabinos hubo algunas discrepancias, se abrió paso la acusación de que los jefes religiosos engañaban y tiranizaban a su pueblo. A su vez, los rabinos acusaron a Jerónimo de Santa Fe de utilizar textos inseguros, y reafirmaron su opinión de que la Ley expuesta en la Torá es eterna e incambiable: el mesías solo podía cumplirla, no transformarla, devolviendo a su pueblo Jerusalén y toda la tierra que Dios les había otorgado. Los sufrimientos que comportaba la lealtad a la doctrina debían entenderse como pruebas que Dios recompensaría. Pero hubo bastantes conversiones, lo cual confirmaba a los jefes religiosos el peligro del contacto con los cristianos, y a la vez demostraba que el aumento de la herejía era necesaria para que resplandeciera la virtud de los justos. El contacto con los cristianos se producía ante todo entre las capas altas y adineradas: eran aquellos banqueros y usureros quienes con su codicia despertaban la cólera de los gentiles, y eran ellos los primeros en abandonar la fe a la hora de la prueba, según denunciaba el líder religioso Salomón Alami. Las discusiones de Tortosa duraron varios meses y, en definitiva la mayoría de los judíos persistió en su religión. Santa Fe los consideró herejes contumaces, y recomendó a Benedicto obrar en consecuencia. Por ello, muchos judíos de la corona de Aragón emigraron a Castilla, a pesar de las leyes de Ayllón, que dejaron pronto de cumplirse.
Como quedó dicho, Enrique II de Trastámara explotó contra Pedro I el Cruel, el odio popular antihebreo, pero cambió de actitud al ganar el trono. En 1432 el jefe religioso Abraham Bienveniste, protegido por Álvaro de Luna, convocó una asamblea de rabinos para redactar los Estatutos (takanoz) de Valladolid, de aplicación en Castilla. Las normas daban a los judíos una extraordinaria autonomía judicial, con sus propios jueces y prohibición de acudir a jueces cristianos, incluso trataba de establecer la pena de muerte para los delitos de delación y calumnia, aunque no tenía medios de hacerla efectiva salvo que la aprobase el Consejo real. Las aljamas funcionarían con una libertad que levantaba críticas en otros países europeos, y en el propio Papado, pues ella anularía el esfuerzo de convertirlos. Los estatutos obligaban también a todas las familias a pagar un impuesto especial para sostener
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MessageSujet: Re: LA EXPULSION DE LOS JUDIOS DE ESPANA EN 1942   LA EXPULSION DE LOS JUDIOS DE ESPANA EN 1942 Icon_minitimeJeu 22 Sep 2011 - 7:46

casas de oración y maestros que enseñasen a los niños la Torá y el Talmud. Esta atención a enseñanza religiosa, extendida a la instrucción práctica, fue un rasgo muy difundido entre los judíos, y les daba una ventaja cultural sobre la población común cristiana.
Gracias a la actividad de rabinos como Bienveniste o Abraham Seneor, las aljamas fueron rehaciéndose lentamente de la aguda crisis de los decenios anteriores, pero aun así su población había decaído grandemente, debido a las pestes, a los progroms y a las conversiones. También había decaído en productividad intelectual, y en riqueza, pues la participación de judíos en los oficios más lucrativos había descendido mucho, teniendo la inmensa mayoría de ellos oficios de escaso lucimiento como pequeños artesanos, tenderos, etc.
En cualquier caso, la aversión popular a los judíos no dejó de crecer: eran acusados de crímenes rituales como el asesinato del Niño de La Guardia , de profanar las sagradas formas, de mantener preceptos anticristianos y blasfemos en el Talmud, etc. El odio alcanzaba igualmente a los conversos. Muchos de estos se habían cristianizado por convicción, a menudo abrazando un intenso nacionalismo hispano, pero otros muchos lo habían hecho de modo forzado, por temor a ser muertos en los progroms o a perder ventajas materiales. Algunos de los primeros mostraron un especial celo antijudaico, y los últimos, los insinceros, quedaban en posición equívoca, rechazados por sus antiguos correligionarios y sospechosos ante los cristianos, que los acusaban de judaizar en secreto. La mentalidad popular tendía a identificar a sinceros e insinceros, incluso a muchos que habían nacido cristianos, pues provenían de familias conversas de generaciones atrás.
Con todo, los Reyes Católicos adoptaron una política más bien favorable al pueblo de Israel: “Los judíos son tolerados y sufridos y nos los mandamos tolerar y sufrir y que vivan en nuestros reinos como nuestros súbditos y vasallos”; y los protegieron en diversas ocasiones, anulando, por ejemplo, las normas de Bilbao, que obligaban a los comerciantes hebreos a pernoctar fuera de la ciudad, con riesgo de ser saqueados por los bandoleros, y otras restricciones impuestas por diversos municipios. Reaparecieron algunos judíos en la corte, como Abraham Seneor, que llegó a administrador de las rentas del reino y a tesorero de la Hermandad.
Pero la situación empeoró cuando la Inquisición se extendió de Aragón a Castilla, en 1478, con el nombre de Inquisición Española y dos novedades: no dependía de los obispos como la Inquisición anterior, sino de la corona (aunque el papa estaba, en principio, por encima, y hubo algunos roces entre la corona y el Papado), y mostró mayor actividad desde el principio contra los conversos. Hubo resistencias a ella en Aragón, no muy significativas excepto en Nápoles, donde provocó verdaderas revueltas. La nueva actitud tomó impulso a partir de 1483, cuando Tomás de Torquemada fue nombrado Inquisidor general. A este se le atribuye algún antecesor converso, en todo caso muy secundario. Torquemada ha sido objeto de juicios contradictorios, presentándoselo a menudo como paradigma del más brutal fanatismo o bien, a juicio del cronista Sebastián de Olmedo, como “el martillo de los herejes, la luz de España, el salvador de su país”. Defendió la tortura pero la hizo usar bastante menos que en los tribunales corrientes europeos, organizó cárceles más habitables que las ordinarias y aseguró la buena alimentación de los presos (diversos presos comunes trataban de ser transferidos a tribunales eclesiásticos), y combatió la corrupción judicial y las acusaciones falsas, acordando que quien acusase falsamente a otro recibiría la pena prevista para su víctima. Al mismo tiempo fue inflexible en la persecución de la herejía, sin reparo en llamar ante el tribunal a nobles u obispos. Se le consideraba incorruptible y procuraba la reconciliación de los acusados en la medida de lo posible. Suele considerarse que su período al frente de la Inquisición fue especialmente activo y duro, aunque no hay datos muy fehacientes de ello, lo que permite un amplio margen a la especulación, según la tendencia ideológica del estudioso.
Como fuere, no hay duda de que fue él quien presionó más fuertemente en pro de la expulsión de los judíos, considerando que la misma eliminaría el problema de los conversos judaizantes, pues estos persistían ocultamente en su fe a causa de la presencia de comunidades judías. La expulsión se estableció por decreto real tres meses después de la toma de Granada y poco antes de la orden que llevaría al descubrimiento de América. El decreto daba a los judíos que persistiesen en su fe cuatro meses para liquidar sus bienes y salir de España. Los fundamentos de la orden no aludían a las acusaciones populares de sacrilegios y asesinatos rituales (que probablemente no creían las personas ilustradas), y tampoco a la usura, excepto en una versión firmada por el rey Fernando: “Hallamos los dichos judíos, por medio de grandísimas e insoportables usuras, devorar y absorber las haciendas y sustancias de los cristianos, ejerciendo inicuamente y sin piedad la pravedad usuraria contra los dichos cristianos públicamente y manifiesta como contra enemigos y reputándolos idólatras, de lo cual graves querellas de nuestros súbditos y naturales a nuestras orejas han prevenido”. Esto suena a pretexto, porque tales prácticas se habían restringido mucho. El motivo invocado era religioso, en particular el peligro de contagio y herejía sobre los cristianos. La expulsión valió a los reyes enhorabuenas en toda Europa, también de la Universidad de La Sorbona.
Es probable que los Reyes Católicos esperasen que la comunidad judía, al verse en tal aprieto, se diluyera mediante la conversión, y se prodigaron las exhortaciones, incluso promesas de privilegios económicos y jurídicos a los que se bautizasen. El prestigioso líder judío Abraham Seneor se convirtió al catolicismo e hizo campaña entre los suyos para que siguieran su ejemplo. Pero la mayoría se mantuvo firme, en contraste con las oleadas de conversiones más o menos forzadas de finales del siglo anterior y principios del XV: los rabinos habían logrado rehacer moralmente a su comunidad.
¿Cuántos emigraron? No es fácil hacer un cálculo, y las estimaciones varían entre los 200.000 y los 50.000. Pero teniendo en cuenta el número de aljamas, la población judía no podía ser alta después de los períodos de pestes, matanzas y conversiones que habían sufrido. Su número en Cataluña, antes tan alto, había bajado drásticamente. En Aragón quedaban 19 juderías, con un máximo de 1.900 familias, es decir, en torno a 10.000 personas, probablemente muchas menos; y solo ellas significaban el 85% de todas las de la corona, pues entre Cataluña y Valencia se distribuían el restante 15%. Castilla contaba con 224 aljamas, lo que calculando cien familias por cada una supondrían 22.400 familias y unas cien mil personas, pero seguramente no llegaban a la mitad, ya que una aljama de 200 familias podía considerarse muy numerosa; pocas tenían más de 50 familias y muchas no pasaban de 20 ó 30. Por ello, la cifra real de judíos no debía superar los 60.000, y de ella habría que deducir varios millares bautizados in extremis.
La suerte de los expulsados fue muy varia, y a menudo trágica. Aunque se tomaron algunas medidas para evitar abusos contra ellos, la compraventa de sus bienes se hizo a menudo en condiciones de estafa. En largas filas menesterosas marcharon hacia el destierro, sostenidos en su fe por los rabinos que les exhortaban y hacían que las mujeres y muchachos cantaran y tañeran instrumentos musicales para elevar el ánimo. El Imperio otomano los acogió bien, asombrándose de que España prescindiera de gente tan hábil en hacer dinero, y en Portugal solo pudieron mantenerse por breve tiempo. Otros marcharon a Italia o a Flandes. Padecieron más los que recalaron en el norte de África, donde bastantes de ellos fueron reducidos a la esclavitud.
Los estudiosos han ofrecido diversos motivos para esta expulsión, desde el afán de los reyes y otros por enriquecerse con los bienes de los expulsados, hasta el racismo o la “lucha de clases”. Joseph Pérez y Luis Suárez, principalmente, han deshecho la mayor parte de esas supuestas causas. Los reyes eran conscientes de que la medida sería económicamente perjudicial –aunque no desastrosa, porque la economía española se hallaba por entonces en pleno auge y, contra una idea extendida, el peso de los judíos en ella era pequeño–. Las razones expuestas en el decreto son exclusivamente religiosas, como quedó indicado, lo cual tenía a su vez una dimensión política. La herejía siempre había sido vista como un grave peligro de descomposición social y discordias civiles, razón de que las reacciones ante ella hubieran sido siempre muy duras. Pero además, en la estela de la racionalización del estado, pesaba más que antes la tendencia a la homogeneidad y la norma de que la religión del príncipe debía ser la del pueblo (cuius regio eius religio, que aplicarían también los protestantes). El judaísmo, mirado siempre como un cuerpo extraño, debía disolverse por conversión o de otro modo.
Fuente: Lourdes Rensoli
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